viernes, 11 de septiembre de 2009

El valor argumentativo de una pregunta


Preguntar, responder. ¿Será verdad que todas las preguntas que hacemos esperan una respuesta? O mejor dicho, ¿será verdad que toda pregunta supone que el hablante carece de una información y espera que su interlocutor complete ese vacío?

La experiencia cotidiana nos dice inmediatamente que no, que la oposición no saber/saber no siempre está en el fondo de un intercambio de preguntas y respuestas.
A veces preguntamos y ya sabemos la respuesta (¿de qué color es esta pared que vemos acá?), a veces preguntamos para que el otro admita la verdad de la afirmación que implica nuestra pregunta (¿no te parece que es importante ser puntual?), a veces preguntamos para que el otro quede encerrado en nuestro interrogatorio (¿dónde estabas ayer a la noche? En tu casa, no).

Algo semejante hacemos cuando introducimos preguntas en nuestra argumentación.

El caso más conocido es el de la pregunta retórica. Quien dirige la argumentación hace una pregunta, pero no espera en realidad una respuesta de su auditorio.

Por ejemplo:

Hoy en día debatimos si nuestra sociedad necesita una nueva ley de radiodifusión. ¿Pero cuál es el alcance que debe tener una ley de este tipo? Una ley, sin duda, tiene que cubrir muchos aspectos, a saber…...

Como vemos, se trata de una pregunta que no pregunta nada, que aparece para condiciona al interlocutor a seguir un mecanismo en el razonamiento, a aceptar cierta fluidez discursiva. Pero no es inocua, tiene la fuerza de un argumento, pues obliga al auditorio a asumir como verdadero lo que propone: en este caso, la necesidad de discutir el alcance de la ley.

Leyendo el libro Recorridos semiológicos, encontré una interesante clasificación de las preguntas, según su función argumentativa. Marafioti, el autor del artículo, diferencia entre:


1. las preguntas retóricas,

2. la pregunta trampa,

3. la pregunta de controversia,

4. la contrapregunta y

5. la pregunta de estilo.


Dice:

"Estas preguntas juegan un rol doble en la argumentación. Por un lado, pueden poner en dificultad al interlocutor, es el caso de la pregunta-trampa o la pregunta de controversia; por otra parte, pueden contribuir a hacer descubrir una opinión o un hecho que son sugestivos. En este último caso, constituyen una vía argumentativa sesgada: el interlocutor es “conducido”, respondiendo a un encadenamiento de preguntas preparadas, hacia un cierto tipo de respuestas."

Recorridos semiológicos. Signos, enunciación y argumentación

Marafioti (compilador),

Eudeba, Buenos Aires, 2004