miércoles, 20 de mayo de 2009

Más de Stephen King: el párrafo



La caja de herramientas que Stephen King propone en su libro On writing tiene tres niveles. En el primer nivel, como conté en el post anterior, SK recomienda llevar el vocabulario y toda la gramática. En el segundo, todo lo concerniente a la forma y el estilo (el uso de adverbios, gerundios, frases pasivas, tipos de verbos, extensión de las frases, etc.). Pero dentro de este universo de elementos lingüísticos SK se detiene especialmente en uno: el párrafo.

Dice así:

“Yo diría que el párrafo, y no la oración, es la unidad básica de la escritura –el lugar donde la coherencia empieza y las palabras tienen la posibilidad de convertirse en algo más que palabras. Si es el momento de acelerar la narración, la aceleración aparecerá en el nivel del párrafo. Es un instrumento maravilloso y flexible que puede constar de una sola palabra, o correr a lo largo de varias páginas.”


El párrafo es para SK el latido y la respiración de la escritura, la base de su ritmo.

¿Qué ocurre con el párrafo en un texto expositivo? ¿Es tan importante como lo es en la escritura de ficción?

Desde su perspectiva, lo es. Un lector puede darse cuenta de si un texto es fácil o difícil de leer por la cantidad y extensión de párrafos, y de espacios en blanco (más párrafos, más espacios en blanco, más fácil su lectura). Y agrega:

“En la prosa expositiva, los párrafos pueden (y deberían) ser prolijos y utilitarios. El párrafo expositivo ideal contiene una oración temática seguida por otras que la amplifican o explican.”

Y también el ritmo en la escritura expositiva es importante. Sólo que aquí se logra no por el pulso interno del relato, sino a partir de la combinación de oraciones simples con oraciones más extensas; y de párrafos breves (únicamente la idea central) con párrafos más extensos.

Como siempre, el Sr. King es un gran maestro.

lunes, 11 de mayo de 2009

La caja de herramientas de Stephen King



En el año 2000 Stephen King publicó On Writing, un libro en el que nos cuenta cómo fueron sus primeros tiempos de escritor, su formación en el oficio y el trabajo que le llevó componer muchas de sus novelas. Pero también es un manual de estilo escrito con mucho humor y excelentes ejemplos.

Si bien King se refiere a la escritura literaria, sus observaciones son muy valiosas y útiles en todo contexto de escritura. Coincide, además, con la perspectiva de muchos autores que se dedican exclusivamente a la escritura empresarial. Por eso me pareció oportuno citarlo.

La primera recomendación que da a todo aquel que desee escribir, es que construya su propia caja de herramientas y que saque luego suficiente músculo como para poder llevarla a donde quiera que vaya. Más vale, dice, tenerla siempre a mano. Nos hace ahorrar tiempo y nos permite aplicar soluciones precisas. Esta caja de herramientas tiene varios niveles. En el nivel superior van las herramientas más comunes, que son dos. Dice así:
"Pon tu vocabulario en el estante superior de tu caja de herramientas y no hagas ningún esfuerzo conciente por mejorarlo. Una de las cosas realmente malas que puedes hacer a tu escritura es vestir tu vocabulario con palabras largas porque estás un poco avergonzado de tus palabras cortas. Es como vestir a tu mascota doméstica con ropa de noche. La mascota está avergonzada y la persona que llevó adelante este acto de pretendida belleza debiera estar aun más avergonzada."

"También querrás poner la gramática en el estante superior, y no me enojes con tus bufidos de exasperación o tus lamentos de que no entiendes la gramática, de que nunca entendiste la gramática….La gramática no es solo un dolor de cabeza, es el poste que agarras para poner a tus pensamientos de pie y hacerlos caminar.”


Palabras comunes, directas y precisas; un orden gramatical lógico y simple, sin voz pasiva (“dos páginas de voz pasiva –tal como en algún documento empresario o ríos de mala literatura- me dan ganas de chillar”) y con pocos adverbios, son las herramientas iniciales que el maestro del terror lleva consigo desde hace más de treinta años…y no parece haberlo hecho nada mal, ¿o sí?

On Writing, ( información traducida del capítulo Toolbox)

lunes, 4 de mayo de 2009

Convencer y persuadir, o cómo distinguir auditorios



Siempre que nos admiramos del efecto que una buena argumentación tiene sobre una audiencia, creo que nos estamos preguntando indirectamente cómo podríamos lograrlo con nuestros propios discursos. Al releer el capítulo Persuadir y convencer (Tratado de la nueva argumentación, de Perelman y Olbrechts-Tyteca) encontré que había algunas herramientas que podían ayudarnos.

Los autores retoman una distinción conceptual que arranca en la época clásica de la oratoria y continúa hoy en día: la distinción entre persuadir y convencer; la primera, más ligada a la acción, y la segunda, a la convicción.

Para quien se preocupa más por el resultado, persuadir es más que convencer (porque la convicción es el primer paso antes de la acción); para quien está preocupado por el carácter racional de la convicción, convencer es más que persuadir.

En este sentido, hay ciertas argumentaciones que apuntan directamente a un efecto persuasivo (la argumentación de la publicidad, la argumentación política): ellas buscan que la audiencia haga algo en concreto (como es evidente en la imagen que publicamos).

Pero hay otras, como por ejemplo la argumentación de la jurisprudencia, que apelan a la inteligencia de su auditorio y al carácter racional o lógico de las “verdades” que enuncian.

En la realidad, los límites entre persuadir y convencer son sutiles e imprecisos, señalan Perelman y Olbrechts-Tyteca. Ellos, por su parte, proponen un enfoque particular sobre esta oposición basada en el tipo de auditorio a quien el orador se dirige. Inicialmente establecen dos auditorios: el universal y el particular.

Al auditorio universal (conformado por la humanidad) “los argumentos que se le presentan no constituyen ningún llamado a la acción”, buscan establecer (o retoman) principios o verdades intemporales. Pero por el contrario, a los auditorios particulares (conformado por un grupo o persona concreta, con intereses y emociones precisos) se les proponen argumentaciones cercanas a la acción.

Lo que me parece muy interesante es que al armar una argumentación podemos tratar a nuestro auditorio particular (digamos un equipo de trabajo en una empresa) en un momento de la argumentación como si fuera universal, para reforzar el carácter racional de la adhesión.

O podemos hacerlo a la inversa, el auditorio universal (el pueblo de una nación, por ejemplo) puede convertirse en una persona concreta que queremos que actúe de inmediato. Y de hecho, ¡esto lo hacemos habitualmente!

Creo que ser conscientes de que podemos dirigirnos a nuestro auditorio real desde distintos lugares (podemos considerarlo de manera diferente a lo largo de nuestra argumentación) nos permite elegir argumentos más oportunos. Es, sin duda, una herramienta que nos vuelve más efectivos.