lunes, 13 de diciembre de 2010

Pecha Kucha


El desarrollo de nuevas tecnologías de información y de comunicación (TICs) es un mundo fascinante e infinito. Hace unas semanas, en un seminario dictado por la profesora Hebe Gargiulo (de la Universidad Nacional de Córdoba) surgió una discusión en relación con los programas que usamos para “hacer” y “exponer” presentaciones orales. Las críticas al powerpoint son ya archiconocidas, pero creo que pensar que al cambiar de soporte eliminamos los problemas, es una utopía tecnológica: nuestra utopía moderna.

Desde hace varios años se vienen desarrollando en distintas ciudades del mundo los festivales Pecha Kucha 20 x 20, que se iniciaron en Japón en el año 2003. La idea fundamental de estos eventos es compartir el trabajo de diversos profesionales a lo largo de una noche y para ello era fundamental hacer presentaciones concisas y simples.

El formato 20 x20 consiste en la proyección de veinte imágenes por veinte segundos, que le permiten al orador hacer una presentación de seis minutos, 40 segundos. En general, los presentadores vienen del campo de la arquitectura, la fotografía y el arte. Y este dato a mi parecer, es definitorio.

Pecha Kucha supone el talento de conceptualizar en imágenes: de allí que fotógrafos, poetas o cineastas encuentren en este medio un potencial enorme. La presentación Minor urban disasters, del artista israelí Ariel Schlesigner, es una fabulosa demostración del alcance de este medio en relación a una presentación. Las fotografías condensan múltiples sentidos y el artista se "limita" a contar cómo hizo su trabajo. La narración permite hilvanar las imágenes, pero cada imagen dispara sentidos sobre la vida urbana moderna, que parece estar construida -nos dice esta presentación- sobre la base de paradojas, ironía, y yuxtaposición de elementos que no encajan.

Pero hoy también se utiliza esta modalidad en el mundo de los negocios. Y allí habría que pensar bien en qué contextos esto podría ser beneficioso. De lo contrario, podemos repetir los principales problemas que trajo el uso erróneo del powerpoint: llenarnos de imágenes reduccionistas y sustituir el análisis, la reflexión y la evaluación (por ejemplo, para la toma de decisiones), por el impacto visual a la manera de un comercial publicitario.

jueves, 19 de agosto de 2010

A las palabras se las lleva el viento



En estos días recibí varias llamadas de call-centers contratados por instituciones bancarias para ofrecerme diversas pólizas de seguro: por ejemplo, por enfermedad, accidente, discapacidad o cáncer. Lo que me llamó la atención (aparte de la desagradable novedad de estar recibiendo estos “beneficios” –eufemismo lingüístico frecuente para referirse a la “venta de un producto”- por una cuestión de edad), fue la elección del medio telefónico como canal de comunicación para este tipo de contratación.

Es sabido que la comprensión de la comunicación oral está sujeta a códigos verbales y no verbales, y que supone la permanente reformulación.
¿Por qué esperar entonces
A) que el emisor transmita fielmente toda la información
B) que el receptor interprete el mensaje adecuadamente
Cuando se trata de un volumen información que excede la capacidad de retención puesta en juego en una conversación telefónica?

De esta manera, para lograr una comprensión eficaz, el receptor (aquí, el potencial cliente) debería ir tomando nota de los conceptos centrales (montos, instancias de aplicación, costos), confiar en la buena fe de su interlocutor y en su capacidad de comunicación, y además, confiar en sí mismo como interpretador. Y por supuesto, confiar en los bancos, como organismos que prestan servicios confiables y convenientes.

Curiosa manera de promover el consumo de estos seguros: sin permitir el análisis detallado de las condiciones, sin ofrecer un documento escrito previo a la compra. Casi una manera prehistórica de hacer negocios (si entendemos que el ingreso a la historia se da por el acceso a la escritura). Hasta el refranero popular nos advierte de lo riesgoso que resulta confiar exclusivamente en la palabra prometida.

lunes, 19 de julio de 2010

Los peligros de la "cooperación interpretativa"

Cuando leemos, muchas veces nos llama la atención la amplia posibilidad de interpretaciones que puede ofrecer un mismo texto. Y no me refiero a textos propios de la literatura, campo privilegiado del juego de sentido. Hablo más bien de textos empresariales que por su definición están vinculados a la toma de decisiones o a la ejecución de acciones. Por ejemplo, la redacción de propuestas de contratación, actas o contratos propiamente dichos.


¿Es deseable que alguno de estos textos permita interpretaciones diversas? Definitivamente, no. ¿Por qué? Porque el género discursivo al que pertenecen, diría M. Bachtin –especialista en estos temas- delimita claramente: lo que espera el autor y el lector, el modo de plantear el comienzo y el cierre, el tema a tratar, los modos de incluir la palabra de los otros, el registro formal, y hasta la sintaxis y el léxico.

Y sin embargo, ¿por qué siguen apareciendo situaciones de ambigüedad? Uno podría decir que están originadas en un uso inadecuado de la lengua, en sentido amplio. Posiblemente sea así. Sin embargo me interesa llamar la atención sobre otro punto: es muy común que ante un texto con errores de este tipo, el lector “colabore” y complete la información que falta, o reinterprete las frases que son ambiguas.

Sabemos que esta colaboración es peligrosa: puede hacer que tomemos decisiones desafortunadas, o que ejecutemos una acción de manera equivocada. Pero hay otra arista interesante: esta colaboración surge de manera espontánea y hace que no nos detengamos en el error, que a veces ni siquiera lo percibamos como tal. Es natural que colaboremos con el texto, interpretando y reponiendo lo que la palabra no nos dice pero insinúa.

Y esta colaboración, esta “cooperación interpretativa” (así la llama Umberto Eco) es fundamental en muchos géneros discursivos y propia del proceso mismo de leer: desde el periodismo a los textos académicos y literarios, entre otros. Pero no parece muy pertinente en los textos que comentamos, puesto que pone en duda el corazón del documento: una propuesta, acta acuerdo o instrucción debe indicar al lector qué hacer, de qué manera y en qué plazo, sin lugar a dudas ni a dobles interpretaciones.