viernes, 4 de febrero de 2011

Tiempo de mudanzas: nueva casa para el blog

Palabras en acción tiene  una nueva dirección:
http://www.piabouzas.wordpress.com/

Alli podrán encontrar el material de todo el blog más nuevos artículos.

miércoles, 19 de enero de 2011

¿Cómo valorar los argumentos?

Recorriendo facebook me topé con una discusión muy interesante entre graduados de filosofía (discusión de alto nivel, de verdad, entre Phd de Oxford, Toronto, etc.), acerca de la manera de valorar los argumentos en el pensamiento crítico. En una parte de la discusión, Pablo Stafforini, afirma:

Courses in "critical thinking" will ruin your capacity to think critically. Such courses teach you to ignore the causal origin of a belief and the epistemic authority of the believer, when in fact these considerations are highly evidentially relevant. Contrary to the teachings of critical thinkers, respect for the truth often requires you to look beyond "the merits of the argument".

¿Se debe valorar exclusivamente el mérito del argumento –su validez, su grado de veracidad, su presentación formal? ¿O es necesario incluir también en la discusión el origen de ese argumento (sus causas, motivos) y la autoridad del que lo enuncia –del que cree en él- como para entender su capacidad de establecer creencias?

A la hora de discutir, una dificultad parece ser lograr un equilibrio entre la valoración objetiva de lo dicho –a ultranza- y su opuesto, lo que sería una suerte de paranoia argumentativa: la aceptación o rechazo de cualquier argumento por el lugar (origen /sujeto) que lo enuncia.

lunes, 17 de enero de 2011

La escritura de procedimientos (1 parte)


Leyendo el Discurso instruccional de Adriana Silvestri volví a reflexionar sobre la dificultad que presenta la escritura de procedimientos en las empresas. Es común encontrar personas que dominen a la perfección el conocimiento sobre cómo hacer una tarea, y que sin embargo, a la hora de transmitirlo o de redactar un procedimiento no puedan hacerlo adecuadamente.

Haciendo historia, la transmisión de un saber u oficio es algo que durante siglos se hizo a través de un discurso instruccional (oral) –de padres a hijos o de maestro a aprendiz – y del entrenamiento en la ejecución de tareas que se iban haciendo más complejas a medida que se avanzaba en el proceso de aprendizaje.

Así, palabra y acción (comprensión y repetición) estaban íntimamente relacionadas en un período de tiempo especial (Todos recordamos infinidad de películas que tratan este tema, entre ellas Karate Kid). Pero hoy en día, los entrenamientos son más cortos, más intensivos y deben confiar más, por lo tanto, en la efectividad de la palabra. En el caso de los procedimientos, se espera que estos permitan a cualquier operario que lo lea hacer la tarea en cuestión de manera idéntica.

Más allá de las diferencias que existen entre un aprendizaje formal y uno informal, entre una receta de cocina y un procedimiento en una fábrica, hay algo que comparten:

“Un rasgo común a todas las variedades de instrucción … es que se trata de un discurso orientado a la ejecución práctica de acciones. Esta propiedad es exclusiva de los textos procedurales, y los distingue de todos los demás tipos: se los lee para ejecutar una tarea. (Dixon, 1987).
…La finalidad del texto instruccional consiste en lograr que el destinatario desarrolle determinadas conductas, acciones o adquiera conocimientos que no posee. Para alcanzar esta finalidad, la instrucción se configura como un discurso directivo: debe organizar y controlar los procesos mentales y actividades del destinatario por medio de prescripciones sistemáticas y ordenadas.” (Silvestri, 16)

Me interesa, particularmente, la última frase. Cuando dice “la instrucción debe organizar y controlar los procesos mentales y actividades del destinatario”, saca a la luz la dificultad mayor con la que se encuentran las personas al escribir procedimientos: ¿cómo garantizar que el lector entienda lo que debe entender (ya no se trata de lo que yo quiero que entienda) para actuar de la manera en que debe actuar? ¿Cómo controlar los sobreentendidos? ¿Cómo prever la dificultad o duda de nuestro lector?

Esta dificultad involucra tanto lo que se dice (el contenido de la instrucción) como la manera en que se lo dice (la instrucción como acto de habla). Así, entonces, lo primero que debo discernir es, como siempre, qué información transmitir. En el caso de un procedimiento, habrá que determinar cuál es la secuencia de acciones que deben ejecutarse para alcanzar el objetivo de la actividad.

Esto, que a primera vista nos parece obvio y fácil de resolver, es el primer gran escollo con el que se encuentra todo escritor de procedimientos. ¿Cómo descomponer un proceso total en una secuencia de acciones esenciales, necesarias y encadenadas?
Continuará...
Adriana Silvestri, Discurso instruccional
Oficina de Publicaciones, CBC, Universidad de Buenos Aires, 1995

miércoles, 5 de enero de 2011

Verano


Unos meses atrás salió publicado el tercer tomo de las memorias de John Coetzee, Verano, un texto fabuloso que estoy leyendo en estos días: inteligente, incisivo, con un toque de ligero humor y ágil como para deslizarse por sus páginas suavemente, sin esfuerzos ni dilaciones.

Memorias ficcionalizadas, la perspectiva de John Coetzee sobre sí mismo parece estar ausente. El libro asume el punto de vista de mujeres que han estado vinculadas a él a través de un biógrafo que las entrevista, y esta mirada es mucho más compleja que una mirada complaciente o crítica. Julia (la primera de ellas) nos lo presenta así:

“Era flacucho, llevaba barba y gafas de montura metálica, y calzaba sandalias. Parecía fuera de lugar, como un pájaro, una de esas aves que no vuelan; o como un científico abstraído que ha salido por error de su laboratorio. También tenía un aire de sordidez, un aire de fracaso. Conjeturé que no había ninguna mujer en su vida, y resultó que estaba en lo cierto. Lo que necesitaba claramente era alguien que cuidara de él, una hippy que hubiera dejado atrás la juventud, con collares de cuentas, los sobacos sin depilar y la cara sin maquillar, que le hiciera la compra, le cocinara, se encargara de la limpieza y qui´za también le proveyera de droga. No me acerqué a él lo suficiente para mirarle los pies, pero estaba dispuesta a apostar que no tenía las uñas arregladas.”

El personaje Coetzee aparece como lejano, inasible, inadaptado, un verdadero fracaso. Pero estos “testimonios” nos van mostrando además la Sudáfrica de un veld empobrecido y del apartheid de los años 70. Al comienzo dice así:

“Este edificio, al que nadie se molesta e llamar Prisión de Pollsmoor, es un centro carcelario rodeado de altos muros con alambre de espino y torres de vigilancia. En el pasado se alzaba solitario en un desierto de arena y matorrales. Pero con el transcurso de los años, primero de una manera dubitativa y luego con más confianza, las urbanizaciones del extrarradio se han ido aproximando, hasta que ahora, rodeada por pulcras hileras de viviendas de las que cada mañana salen modélicos ciudadanos para jugar su papel en la economía nacional, es Pollsmoor la que se ha convertido en la anomalía en el paisaje.
Por supuesto, es una ironía que el gulag sudafricano asome de una manera tan obscena en los barrios residenciales blancos…. Pero, como ha señalado Shigniew Herbert, la ironía es sencillamente como la sal: la haces crujir entre los dientes y disfrutas de un sabor momentáneo; cuando el sabor ha desaparecido, los hechos irracionales siguen ahí. ¿Qué hacer uno con el hecho irracional de Pollsmoor una vez ha agotado la ironía?”


Un placer imperdible!
Verano, de John Coetzee, Mondadori, 2010