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miércoles, 5 de enero de 2011

Verano


Unos meses atrás salió publicado el tercer tomo de las memorias de John Coetzee, Verano, un texto fabuloso que estoy leyendo en estos días: inteligente, incisivo, con un toque de ligero humor y ágil como para deslizarse por sus páginas suavemente, sin esfuerzos ni dilaciones.

Memorias ficcionalizadas, la perspectiva de John Coetzee sobre sí mismo parece estar ausente. El libro asume el punto de vista de mujeres que han estado vinculadas a él a través de un biógrafo que las entrevista, y esta mirada es mucho más compleja que una mirada complaciente o crítica. Julia (la primera de ellas) nos lo presenta así:

“Era flacucho, llevaba barba y gafas de montura metálica, y calzaba sandalias. Parecía fuera de lugar, como un pájaro, una de esas aves que no vuelan; o como un científico abstraído que ha salido por error de su laboratorio. También tenía un aire de sordidez, un aire de fracaso. Conjeturé que no había ninguna mujer en su vida, y resultó que estaba en lo cierto. Lo que necesitaba claramente era alguien que cuidara de él, una hippy que hubiera dejado atrás la juventud, con collares de cuentas, los sobacos sin depilar y la cara sin maquillar, que le hiciera la compra, le cocinara, se encargara de la limpieza y qui´za también le proveyera de droga. No me acerqué a él lo suficiente para mirarle los pies, pero estaba dispuesta a apostar que no tenía las uñas arregladas.”

El personaje Coetzee aparece como lejano, inasible, inadaptado, un verdadero fracaso. Pero estos “testimonios” nos van mostrando además la Sudáfrica de un veld empobrecido y del apartheid de los años 70. Al comienzo dice así:

“Este edificio, al que nadie se molesta e llamar Prisión de Pollsmoor, es un centro carcelario rodeado de altos muros con alambre de espino y torres de vigilancia. En el pasado se alzaba solitario en un desierto de arena y matorrales. Pero con el transcurso de los años, primero de una manera dubitativa y luego con más confianza, las urbanizaciones del extrarradio se han ido aproximando, hasta que ahora, rodeada por pulcras hileras de viviendas de las que cada mañana salen modélicos ciudadanos para jugar su papel en la economía nacional, es Pollsmoor la que se ha convertido en la anomalía en el paisaje.
Por supuesto, es una ironía que el gulag sudafricano asome de una manera tan obscena en los barrios residenciales blancos…. Pero, como ha señalado Shigniew Herbert, la ironía es sencillamente como la sal: la haces crujir entre los dientes y disfrutas de un sabor momentáneo; cuando el sabor ha desaparecido, los hechos irracionales siguen ahí. ¿Qué hacer uno con el hecho irracional de Pollsmoor una vez ha agotado la ironía?”


Un placer imperdible!
Verano, de John Coetzee, Mondadori, 2010